En el frío de la noche las cosas se ven de
otra manera. Será por eso que amo la noche... Es el momento del día donde reina
la oscuridad, donde nos sacamos los disfraces y jugamos a ser nosotros mismos.
Jugamos, sí, porque ser uno mismo también es
una manera de jugar. No sé hasta qué punto uno puede ser honesto. Creo
que siempre se pierden algunas palabras, y esa es la excusa para que el
rompecabezas nunca quede completo.
Miro por la ventana y me pierdo en esa luna
tan infinita, y me doy cuenta de que no todos ven en esa luna las cosas que veo
yo. Ahí es donde me doy cuenta de que algo anda mal, y no sé si soy yo o es el
mundo. Pero puede estar mal un mundo entero? Debe ser que yo estoy loco, otra
razón no puede existir. Dicen que me pregunto demasiadas cosas, que algunas
cosas no tienen razones ni respuestas. Pero no quiero entender eso, siento que
si me adapto a ese pensamiento voy a morir por dentro, voy a morir de tristeza.
Por eso quiero ser un nene que no entiende todo y que no toma conciencia de
todas las cosas que lo rodean, aunque también duela ser así, pero les aseguro
que duele aún menos. No sé cómo sería la vida de otra manera. En un mundo donde
hay que hacerlo todo porque si, ¿Será cuestión de andar feliz a los golpes?
La noche es corta. Es otra virtud que le
encuentro. No tiene la cantidad de soledades e hipocresías que puede llegar a
tener un día. En este momento estoy con quien yo quiera estar, y nada más
importa. No necesito entablar conversaciones diplomáticas con nadie. De hecho,
ya ni de día las tengo. Cada vez estoy menos sociable y eso parece ser una
pequeña solución a un gran problema.
Sueño con esas estrellas brillantes. Las
espero con ansias. Quizás la noche sea el refugio de los solitarios...